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La liturgia

La liturgia es la plegaria que Jesucristo entero, cabeza y miembros, dirige al Padre a través del Espíritu Santo. Nosotros rezamos en la Iglesia en tanto que miembros del Cuerpo de Cristo. Ahí cantamos los salmos, rezos que forman parte de la Biblia -la Palabra de Dios. Así, oramos a Dios a través de la propia Palabra de Dios. Él es el principio y el fin de nuestra plegaria. San Benito llamaba a la liturgia Opus Dei, la Obra de Dios, puesto que Dios es el sujeto a la vez que el objeto. Le otorga una gran importancia: no menos de quince capítulos de su Regla están dedicados a ella. Sobre todo, San Benito exige del monje que « no prefiera nada antes que la Obra de Dios » (cap. 43).

Para la celebración habitual de la misa y el oficio divino, alabamos a Dios por el don de la vida y el don aún más maravilloso de su amistad, pues quiso que todos los hombres fueran sus hijos. Celebrando la liturgia con esmero entramos en la dinámica de la Creación, que otorga más gloria a Dios por la belleza que ha recibido de Dios. La atención por la belleza que caracteriza a los monjes se manifiesta principalmente en la liturgia.

La fuente y la cumbre de nuestra liturgia es la celebración habitual de la Eucaristía. Cuando hacemos comulgar nuestro cuerpo con la sangre del Señor, nos convertimos en uno con Él. En eso se funda, en último término, la unidad de nuestra comunidad, su inserción en la Iglesia y su fecundidad espiritual. La misa se celebra todos los días en latín y en canto gregoriano, con el mayor esmero posible.

Además de la Eucaristía, San Benito dispuso que nos reuniéramos en el coro para celebrar la liturgia siete veces a lo largo del día, como forma de santificar todos los momentos de nuestra vida cotidiana:

  • Las Vigilias de la noche se componen de salmos, pero también de lecturas (a menudo numerosas) extraídas de la Biblia y de los Padres de la Iglesia; simbolizan nuestra espera al retorno glorioso de Jesucristo. « El día del Señor vendrá como un ladrón durante la noche », dijo San Pablo (1 Ts 5, 2).
  • Laudes, el oficio matutino de alabanza por excelencia, está en armonía con la gloria natural del amanecer. Es nuestra celebración habitual de la victoria de la luz sobre las tinieblas, imagen de la victoria de Cristo sobre la muerte en su Resurrección.
  • La jornada de trabajo está articulada por las horas pequeñas, bastante breves. Conservan la denominación de las horas romanas. Tercia, la tercera hora, ocurre durante la misa, mientras que los oficios de Sexta y Nona (sexta y novena hora) encuadran el almuerzo.
  • La alabanza de las Vísperas santifica la noche. Su composición se parece a la de Laudes. Cantamos el Magnificat, el cántico que entonó la Virgen María en la Visitación.
  • El día concluye con el oficio de Completas. Al final de Completas, cantamos una de las cuatro antífonas a la Virgen, como el Salve Regina, famosas por la belleza de sus melodías gregorianas. Comienza entonces el gran silencio de la noche, que durará hasta Laudes del día siguiente.